lunes, 22 de febrero de 2010

martes, 16 de febrero de 2010

domingo, 7 de febrero de 2010

John Felipe, Carlitos y don Ignacio

John Felipe: has muerto y has sido enterrado con una vistosa bandera de España y con las salvas de costumbre. En honor tuyo tu ministra y tus jefes han pronunciado bellas palabras de reconocimiento patriótico, encendidas prédicas a mayor gloria de guerras humanitarias y justicias infinitas contra la maldad del mundo. Te lo contamos por si tu sueño eterno te ha impedido ver que ahora eres un héroe aclamado por las masas... y las elites de superhombres y supermujeres agradecidas por tu acto generoso sin alternativa posible.

John Felipe era un inmigrante colombiano en tierras catalanas y con una preparación militar de cuatro meses se fue a Afganistán a pegar tiros a diestra y siniestra por la democracia universal capitalista y el papel mojado de los derechos humanos. Entrar en la milicia es otra forma más de escapar de la precariedad laboral para caer en lo mismo vestido de imponente caqui. Otras vías seguras son hacerse policía nacional o guardia civil. Los que mueren siempre serán los mismos: clase trabajadora convertida en carne de cañón para defender un estilo de vida insostenible: la globalidad de la fuerza bruta de los pudientes y de los intereses financieros y geoestratégicos.

John Felipe: no te han matado los afganos sino tu pobreza y el capitalismo depredador. Tu muerte será olvidada pronto, nuevos inmigrantes y trabajadores sin salidas laborales irán a Afganistán para morir por nada. Ahora que tienes tiempo de sobra, reflexiona. Es muy probable que fueras creyente en el Dios cristiano, si alcanzas alguna conclusión útil sobre tu partida al más allá confíaselo al Todopoderoso para que se lo transmita a Benedicto XVI, éste nos lo hará llegar urbi et orbe en la primera homilía en que tenga ocasión de manifestarlo. Estaremos atentos a lo que tengas a bien decirnos. Si te das prisa incluso dará tiempo a que Obama y Zapatero puedan hablar de tus cuitas en su desayuno de oración trajeado de religiosidad laica.

Mientras a John Felipe se le abrían las puertas de la inmensidad, Ignacio Fernández Toxo declaraba al periódico gratuito 20 minutos que Marx ya había sido superado por la historia (¿su historia personal o la Historia con mayúsculas?). En realidad no sabemos si se refería a Karl el barbudo o a alguno de los Marx Brothers, pero por pura intuición absurda y maquiavélica creemos que tenía en mente al del Manifiesto Comunista. Si erramos en nuestra apuesta, solicitamos el perdón social y demócrata de don Ignacio. Quizá tenga razón el insigne sindicalista: ya no existen guerras imperialistas ni coloniales, ya no hay lucha de clases, ya se han evaporado las contradicciones entre capital y trabajo, la falsa conciencia se ha diluido en el posmodernismo estético y el fetichismo consumista se ha transformado en una productividad creativa donde siempre puede ser navidad si callas con decoro y hablas como la mayoría silenciosa. Es cierto don Ignacio: hoy las guerras no son guerras, son misiones de paz; todos somos clase media, eso sí, algunos mileuristas y otros con pensiones estratosféricas, ¡viva la diferencia!; ya no hay capital ni trabajo sino emprendedores de riesgo y empleados sin nombre intercambiables entre sí por mor de la mano negra, quizá ahora blanca e inmaculada, de la economía de mercado; el aborto de la historia ha creado una sola conciencia: el perfecto bipartidismo de lo idéntico, y en fin, la pobreza es una cuestión de matices muy sibilinos y filosóficos ajenos a la realidad imperiosa del diálogo social, la economía sostenible y el nuevo modelo productivo que usted preconiza con mesura, responsabilidad y maestría inigualables. Don Ignacio, seguiremos escuchándole con el máximo respeto y atención, con usted se inaugura una fase nueva de la historia: el sindicalismo sociopolítico y de clase sin Carlitos Marx. Estamos preparando una hoguera para el próximo 1 de Mayo para echar al fuego (simbólicamente, por supuesto) todo lo que huela a marxista, ¿se apunta por favor? Después de la cremación, todos y todas estaremos más relajados (¿entiende el juego de palabras inquisitorial y brujeril?) y contentos. Que así sea.

lunes, 1 de febrero de 2010

¿ARMAS SÍSMICAS?

http://www.voltairenet.org/article163722.html

algunos artículos de interés

http://www.jornada.unam.mx/2010/01/30/index.php?section=opinion&article=023a1eco&partner=rss

http://www.democracynow.org/es/destacados/el_neoliberalismo_no_es_una_solucin_para


http://www.insurgente.org/modules.php?name=News&file=article&sid=19160

http://www.monde-diplomatique.es/isum/Main?ISUM_Portal=1

http://www.lahaine.org/index.php?p=43019

http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article12598

http://www.larepublica.es/spip.php?article18436

http://www.rebelion.org/docs/99613.pdf

http://www.cubadebate.cu/opinion/2010/01/30/tony-blair-y-su-inmaculada-conciencia/

http://www.telesurtv.net/noticias/opinion/1679/el-terrorismo-israeli/

http://www.humanite.fr/Howard-Zinn-est-mort

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=98601

http://blogs.publico.es/dominiopublico/1806/cuba-para-la-reflexion/

http://www.hartford-hwp.com/archives/60/145.html

Lo que interesa a las mujeres en este momento de crisis

http://www.lahaine.org/index.php?p=43019

El día no se divide entre empleo y esparcimiento, sino que consiste en 24 horas de trabajo continuado en la empresa y en el hogar.

Crisis, crisis, crisis. La palabra más escuchada en estos días, que está generando montones de programas de televisión, mesas redondas y miles de páginas. Sin embargo, la clase trabajadora en su conjunto no parece pensar en salir a la calle a tomar el palacio de invierno. ¿Estado de shock? Más bien parece falta de propuesta de lucha y herramientas adecuadas para llevarla a cabo.
Por un lado, los medios de producción siguen en poder de las burguesías sin ninguna señal de que esto pueda cambiar. Las clases dominantes siguen adelante con su proyecto de siempre, es decir, ganar cada vez más dinero y para eso disponen de todos los instrumentos que les dan los estados de derecho: parlamentos a su medida, medios de comunicación a su servicio y fuerzas de seguridad con el monopolio de la violencia.
Por otro lado, la clase trabajadora tiene como principal objetivo no perder el puesto de trabajo y como mucho, conservar los derechos reclamados allá por 1827 de “tres 8”: 8 horas de trabajo, 8 de descanso y 8 de esparcimiento. (1) Dos objetivos, el de tener un trabajo asalariado y una jornada de 8 horas, que hoy parece volver a ser una utopía inalcanzable en esta Europa del bienestar.(2)
Sin embargo, el programa de los “tres 8” nos ha servido de poco a las mujeres de la clase trabajadora porque la reducción de jornada de empleo alcanzada después de largas luchas, no nos ha quitado la doble jornada.
Esta doble jornada es la que hacemos al terminar el horario de empleo y representa el 80% de las 2/3 partes de horas de trabajo realizadas en el Estado español, de las que solamente 1/3 parte tienen remuneración en el mercado capitalista. Y es que hace falta ser muy hombre para ignorar que el día no se divide entre empleo y esparcimiento, sino que consiste en 24 horas de trabajo continuado en la empresa y en el hogar.
Las consecuencias de esta injusticia son evidentes. Al ser las mujeres las que mayoritariamente nos ocupamos del trabajo de “cuidados” (3), nos convertimos en “no disponibles” para el trabajo asalariado. Al patrón le da igual el sexo de sus trabajadores, pero los quiere sin cargas añadidas. Es decir, para el mercado capitalista, el trabajador idóneo es aquel que se reproduce (hace falta tener mano de obra) pero que no se ocupa del fruto de su reproducción ni de todo lo que esto conlleva Para esto estamos las mujeres, colocadas en este puesto de dudoso privilegio por la división sexual del trabajo organizado por el sistema patriarcal y que permite al informe de la OIT sobre crisis financiera y trabajo decente, considerar a las mujeres como un “grupo vulnerable”, junto con los jóvenes y los inmigrantes. (4)
Sin embargo, las mujeres no somos un grupo, somos la mitad de la población. Mucho menos somos intrínsicamente “vulnerables”. Lo que nos coloca en esta situación es la falta de responsabilidad en el sostenimiento de la vida por parte de hombres de la clase trabajadora, empresas y estado. Es esto lo que hace que, a pesar de ser la generación más formada de España, seamos solamente las mujeres las que elegimos los trabajos compatibles con la familia y evitemos aquellos con largos horarios y mayores posibilidades de crecimiento profesional o que seamos nosotras las que dejamos de trabajar en los años siguientes a tener el primer hijo, entre otras cosas porque siempre nuestro empleo es de menos cualificación y menor salario que el de nuestros compañeros, justamente por ese motivo.
Convengamos en que empresas, sindicatos y estado hacen lo posible para que nada cambie. El capitalismo se beneficia mucho de estas 2/3 partes de trabajo no remunerado, sin el que probablemente no podría subsistir. Mientras nosotras lo aceptemos, todo seguirá igual.
Es imprescindible que este debate salga a la calle. Debemos exigir la reorganización de la jornada laboral de forma que incluya todo el trabajo no remunerado. No nos basta pedir la reducción de jornada si a la vuelta a casa, en lugar de esparcimiento y educación, nos espera más trabajo.
También es necesario quitarnos la etiqueta de grupo vulnerable. Si los hombres no asumen por propia voluntad la corresponsabilidad en la gestión del espacio doméstico, debemos exigir una legislación laboral que implante excedencias intransferibles por paternidad y para cuidados de familiares para de esta forma, equipararse a las mujeres a la hora de solicitar un empleo.
La autonomía de las mujeres, hoy por hoy, exige tener recursos económicos. Sin dinero, estamos imposibilitadas de salir de situaciones de maltrato. No queremos limosnas, solamente nuestros derechos. En esta lucha debemos estar todos los hombres y mujeres de la clase trabajadora. ¿Otra utopía?

Cuba, para la reflexión

http://blogs.publico.es/dominiopublico/1806/cuba-para-la-reflexion/


SANTIAGO ALBA RICO, CARLOS FERNÁNDEZ LIRIA, BELÉN GOPEGUI Y PASCUAL SERRANO
Estos son tiempos para la reflexión en economía. Tras algunas décadas de predominio neoliberal patrocinado por la escuela de Chicago, la economía mundial se encuentra frente a una crisis de consecuencias imprevisibles, pero en cualquier caso gravísimas. Lo mínimo que se podría pedir al espíritu científico es cambiar los paradigmas, invertir las evidencias, reaccionar, en suma, ante esta bancarrota intelectual que impidió diagnosticar y prever la catástrofe que se avecinaba. ¿Es eso lo que se está haciendo?
Hemos conocido distintas versiones más o menos destructivas del capitalismo, lo mismo que del socialismo. Pero, respecto a la lógica interna que distingue a uno del otro, hay algo que debería hoy interesarnos vivamente. El socialismo puede dejar de crecer, el capitalismo no. El socialismo puede ralentizar la marcha, el capitalismo no.
Pensemos en el ejemplo de Cuba. Al hundirse la URSS, Cuba perdió repentinamente el 85% de su comercio exterior. Su producto interior bruto decreció nada menos que un 33% en términos absolutos. Uno puede hacerse una idea de la catástrofe si se piensa que en Europa nos echamos a temblar ante la perspectiva de perder un punto en el crecimiento previsto. Y a ello se unió un endurecimiento del bloqueo estadounidense. Sin embargo, la gente no murió de hambre en Cuba, no perdió sus zapatos, ni su educación, ni su seguridad social, ni tampoco su dignidad. Lo pasaron muy mal, pero no se enfrentaron al fin del mundo como habría ocurrido con semejantes indicadores en los países capitalistas.
En medio de la actual sacudida, cuando el capitalismo destruye cuerpos en África y puestos de trabajo en España, cuando erosiona sin remedio las condiciones de habitabilidad del hogar humano, cuando para ello tiene al mismo tiempo que recurrir al lubricante de las mafias, al estímulo de los integrismos religiosos, a la restricción de los derechos laborales y al recorte de las libertades, en ese momento, todas las miradas se dirigen, en efecto, hacia Cuba… pero para condenarla y hostigarla. ¿Por qué? ¿Qué pasa allí? ¿El récord de muertos en un solo día? En México. ¿El de sindicalistas y periodistas asesinados? En Colombia. ¿El de pogromos racistas contra inmigrantes? En Italia. ¿Homofobia? En Polonia. ¿Xenofobia institucionalizada y leyes raciales? En Israel. ¿Fanatismo religioso y machismo criminal? En Arabia Saudí. ¿Control de las comunicaciones, suspensión del habeas corpus, tortura, secuestros, asesinatos de civiles? En EEUU. ¿Malos tratos a detenidos, periodistas e intelectuales procesados, periódicos cerrados, corrupción galopante, inmigrantes en centros de internamiento? En España.
Bien, aceptemos que, en este cuadro dantesco, Cuba es apenas un “mal menor”. El que desde Europa y desde España se preste tanta atención negativa al país con menos problemas del planeta –como ha hecho el diputado Luis Yáñez (Público,
9-1-10)– demuestra de sobra, en todo caso, que no es lo malo de Cuba lo que se censura, sino lo que en Cuba se opone a esta lógica dantesca y a sus efectos; es decir, lo que tiene precisamente de bueno.
Los economistas Jacques Bidet y Gérard Duménil recuerdan que lo que salvó al capitalismo en las primeras décadas del siglo pasado fue la organización; es decir, la misma planificación que los liberales identifican horrorizados con el socialismo. Gobiernos e instituciones planificaron sin parar, como siguen planificando ahora, aunque lo hicieron para conservar y aumentar los beneficios y no para conservar la vida y aumentar el bienestar humano. Pero la planificación es ya, como quería Marx, un hecho. Basta sólo cambiarla de signo. En los últimos 60 años, la minoría organizada que gestiona el capitalismo global se ha visto apoyada, a una escala sin precedentes, por toda una serie de instituciones internacionales (el FMI, el Banco Mundial, la OMC, el G-8, el G-20 etc.) que han concebido en libertad, y aplicado contra todos los obstáculos, políticas de liberalización y privatización de la economía mundial. El resultado salta a la vista.
¿Y si planificásemos al revés? ¿Y si prestásemos un poco de atención positiva a Cuba? Esto no lo hemos probado aún, pero lo que intuimos en la actualidad es más bien esperanzador: a partir de una historia semejante de colonialismo y subdesarrollo, el socialismo ha hecho mucho más por Cuba que el capitalismo por Haití o el Congo. ¿Qué pasaría si la ONU decidiese aplicar su carta de DDHH y de Derechos Sociales? ¿Si la FAO la dirigiese un socialista cubano? ¿Si el modelo de intercambio comercial fuera el ALBA y no la OMC? ¿Si el Banco del Sur fuese tan potente como el FMI? ¿Si todas las instituciones internacionales impusiesen a los díscolos capitalistas programas de ajuste estructural orientados a aumentar el gasto público, nacionalizar los recursos básicos y proteger los derechos sociales y laborales? ¿Si seis bancos centrales de Estados poderosos interviniesen masivamente para garantizar las ventajas del socialismo, amenazadas por un huracán?
Podemos decir que la minoría organizada que gestiona el capitalismo no lo permitirá, pero no podemos decir que no funcionaría. Según una reciente encuesta de GlobeSpan, la mayoría que lo padece (hasta un 74%) apuesta ya por otra cosa.
En su artículo, el diputado Yáñez decía amar a Cuba. Por eso, le deseaba lo mejor: incorporarse al capitalismo, justo cuando este ha demostrado su fracaso y su incompatibilidad, al mismo tiempo, con el bienestar humano y con la democracia, con la dignidad material y con el derecho. Nosotros no amamos a Cuba: respetamos a sus hombres y mujeres por lo que han hecho y por lo que siguen haciendo. Quizás a Yáñez le tranquilice pensar en Colombia o en Arabia Saudí. A nosotros nos tranquiliza pensar en Cuba, esa isla donde incluso los límites, los problemas, los errores de la revolución señalan inflexiblemente, desde hace 51 años, la posibilidad histórica de una superación del capitalismo y de una alternativa a la barbarie.
Santiago Alba Rico es escritor
Carlos Fernández Liria es profesor de Filosofía (UCM)
Belén Gopegui es escritora
Pascual Serrano es periodista
Ilustración de Mikel Casal

¿Es que sólo ha habido un holocausto?

http://www.hartford-hwp.com/archives/60/145.html


A larger consciousness
By Howard Zinn, ZNet Commentary, 10 October 1999
Some years ago, when I was teaching at Boston University, I was asked by a Jewish group to give a talk on the Holocaust. I spoke that evening, but not about the Holocaust of World War II, not about the genocide of six million Jews. It was the mid-Eighties, and the United States government was supporting death squad governments in Central America, so I spoke of the deaths of hundreds of thousands of peasants in Guatemala and El Salvador, victims of American policy. My point was that the memory of the Jewish Holocaust should not be encircled by barbed wire, morally ghettoized, kept isolated from other genocides in history. It seemed to me that to remember what happened to Jews served no important purpose unless it aroused indignation, anger, action against all atrocities, anywhere in the world.
A few days later, in the campus newspaper, there was a letter from a faculty member who had heard me speak—a Jewish refugee who had left Europe for Argentina, and then the United States. He objected strenuously to my extending the moral issue from Jews in Europe in the 1940s to people in other parts of the world, in our time. The Holocaust was a sacred memory. It was a unique event, not to be compared to other events. He was outraged that, invited to speak on the Jewish Holocaust, I had chosen to speak about other matters.
I was reminded of this experience when I recently read a book by Peter Novick, THE HOLOCAUST IN AMERICAN LIFE. Novick's starting point is the question: why, fifty years after the event, does the Holocaust play a more prominent role in this country—the Holocaust Museum in Washington, hundreds of Holocaust programs in schools—than it did in the first decades after the second World War? Surely at the core of the memory is a horror that should not be forgotten. But around that core, whose integrity needs no enhancement, there has grown up an industry of memorialists who have labored to keep that memory alive for purposes of their own.
Some Jews have used the Holocaust as a way of preserving a unique identity, which they see threatened by intermarriage and assimilation. Zionists have used the Holocaust, since the 1967 war, to justify further Israeli expansion into Palestianian land, and to build support for a beleaguered Israel (more beleaguered, as David Ben-Gurion had predicted, once it occupied the West Bank and Gaza). And non-Jewish politicians have used the Holocaust to build political support among the numerically small but influential Jewish voters—note the solemn pronouncements of Presidents wearing yarmulkas to underline their anguished sympathy.
I would never have become a historian if I thought that it would become my professional duty to go into the past and never emerge, to study long-gone events and remember them only for their uniqueness, not connecting them to events going on in my time. If the Holocaust was to have any meaning, I thought, we must transfer our anger to the brutalities of our time. We must atone for our allowing the Jewish Holocaust to happen by refusing to allow similar atrocities to take place now—yes, to use the Day of Atonement not to pray for the dead but to act for the living, to rescue those about to die.
When Jews turn inward to concentrate on their own history, and look away from the ordeal of others, they are, with terrible irony, doing exactly what the rest of the world did in allowing the genocide to happen. There were shameful moments, travesties of Jewish humanism, as when Jewish organizations lobbied against a Congressional recognition of the Armenian Holocaust of 1915 on the ground that it diluted the memory of the Jewish Holocaust. Or when the designers of the Holocaust Museum dropped the idea of mentioning the Armenian genocide after lobbying by the Israeli government. (Turkey was the only Moslem government with which Israel had diplomatic relations.) Another such moment came when Elie Wiesel, chair of President Carter's Commission on the Holocaust, refused to include in a description of the Holocaust Hitler's killing of millions of non-Jews. That would be, he said, to falsify the reality in the name of misguided universalism. Novick quotes Wiesel as saying They are stealing the Holocaust from us. As a result the Holocaust Museum gave only passing attention to the five million or more non-Jews who died in the Nazi camps. To build a wall around the uniqueness of the Jewish Holocaust is to abandon the idea that humankind is all one, that we are all, of whatever color, nationality, religion, deserving of equal rights to life, liberty, and the pursuit of happiness. What happened to the Jews under Hitler is unique in its details but it shares universal characteristics with many other events in human history: the Atlantic slave trade, the genocide against native Americans, the injuries and deaths to millions of working people, victims of the capitalist ethos that put profit before human life.
In recent years, while paying more and more homage to the Holocaust as a central symbol of man's cruelty to man, we have, by silence and inaction, collaborated in an endless chain of cruelties. Hiroshima and My Lai are the most dramatic symbols—and did we hear from Wiesel and other keepers of the Holocaust flame outrage against those atrocities? Countee Cullen once wrote, in his poem Scottsboro, Too, Is Worth Its Song (after the sentencing to death of the Scottsboro Boys): Surely, I said/ Now will the poets sing/ But they have raised no cry/I wonder why.
There have been the massacres of Rwanda, and the starvation in Somalia, with our government watching and doing nothing. There were the death squads in Latin America, and the decimation of the population of East Timor, with our government actively collaborating. Our church-going Christian presidents, so pious in their references to the genocide against the Jews, kept supplying the instruments of death to the perpetrators of other genocides.
True there are some horrors which seem beyond our powers. But there is an ongoing atrocity which is within our power to bring to an end. Novick points to it, and physician-anthropologist Paul Farmer describes it in detail in his remarkable new book INFECTIONS AND INEQUALITIES. That is: the deaths of ten million children all over the world who die every year of malnutrition and preventable diseases. The World Health Organization estimates three million people died last year of tuberculosis, which is preventable and curable, as Farmer has proved in his medical work in Haiti. With a small portion of our military budget we could wipe out tuberculosis.
The point of all this is not to diminish the experience of the Jewish Holocaust, but to enlarge it. For Jews it means to reclaim the tradition of Jewish universal humanism against an Israel-centered nationalism. Or, as Novick puts it, to go back to that larger social consciousness that was the hallmark of the American Jewry of my youth. That larger consciousness was displayed in recent years by those Israelis who protested the beating of Palestinians in the Intifada, who demonstrated against the invasion of Lebanon.
For others—whether Armenians or Native Americans or Africans or Bosnians or whatever—it means to use their own bloody histories, not to set themselves against others, but to create a larger solidarity against the holders of wealth and power, the perpetrators and ongoing horrors of our time.
The Holocaust might serve a powerful purpose if it led us to think of the world today as wartime Germany—where millions die while the rest of the population obediently goes about its business. It is a frightening thought that the Nazis, in defeat, were victorious: today Germany, tomorrow the world. That is, until we withdraw our obedience.
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To Whom,
I have finished reading the Professor's long article asking the Jewish community to draw equivalents to other persecutions, travesties of justice, wars of oppression, to the Jewish Holocaust of WWII. I have some problems here.
First, it's clear that many, many people have suffered collective or group persecution. Their suffering is unique to them, and not to be trivialized through the passage of time as some small footnote in a college text. In that context, I don't understand why the good Professor would address a crowd assembled to pay memory to the holocaust tragedy and proceed to discuss Central America! If it were reversed, and a group went to the trouble to obtain a hall and promote a forum, let's say, on the death squads in Guatamala, why should they hear a discussion on the Einzengruppen combing the Polish countryside for Jews? It's just plain self indulgent of Zinn to do so, and disrespectful, as well.
But, aside from Zinn's profound indifference to social convention, I think that his blunted sense of history is equally profound. Slavery has existed since time. As I understand it, there was an economic motive to it, and the slaves were treated like livestock, which is to say, fed enough and kept healthy enough to be of value to the Master.
The Holocaust was unlike slavery in that there was no economic motive to Death Camps (there was tremendous profit made in Slave Labor Camps, though). It was the product of pure hatred.
The Holocaust was also a world-collective attempt to eradicate a single people, Jews, whose population was ubiquitous in nearly every area of the world.
The Holocaust was also unique in the intensity of the extermination and the single minded effort to perfect the machinery of killing. The estimated numbers of people, 6-10 million Jews, is an unprecedented statistic for annhilation against a civilian population.
The Holocaust was also unique in that it's victims were never presented with a an opportunity to fight back. Even the Native Americans launched a series of defenses, attacks, and forays on their European enemy. The Jewish people were unarmed and defenseless.
The Holocaust, unlike the Scottsboro Boys, was genocide, not a mere travesty of justice. And Hans Frank's Nazi State Laws against Jews cannot be compared against the civil code of the United States in the '30's & 40's. Similarly, the Japanese internment camps cannot be likened to the Nazi Camps.
It's hardly unnoticeable that there has never been a tremendous circle of mourners for Jewish persecution. For example, hardly a peep has been heard regarding the expulsion of Jews from Moslem countries. Here hundreds of thousands of indigenous Jews were forced out of their centuries old homelands to be displaced persons living in camps. It's awfully similar to the plight of Jews Post-Holocaust where Jews lived in camps shivering in their isolation wondering whether their family survived. No one wanted them because of the long tradition of Jew Hatred in America and England.
It's been the responsibility of the Jewish Community, I suppose, to take it upon themselves to remind the world, Never Again, because Jew Hatred is a virus that survives longer than any other hate pathology.
But Professor Zinn expresses that Jewish response as self indulgent and myopic. I embrace that response out of respect for the objective differences inherent in fact.